En el universo llamado Internet, donde el anonimato es la carta de la victoria y en el cual las inhibiciones se derriten instantáneamente, sus fronteras borran esa línea que separa una infidelidad implícita de una explícita.
“La infidelidad cibernética se produce cuando le dedico tiempo a otra persona que no es mi pareja. Hay muchas personas que tienen sexo a través de la Internet o del teléfono, aunque físicamente los cuerpos nunca se toquen”, ilustra la educadora sexual Luisi Denton de Marini.
Pérez y Denton coinciden en que, más allá que un acto sexual, lo que valida la infidelidad en la red es la “intimidad emocional”. Denton precisa que “mientras esto ocurre, la persona se va separando más y más de su pareja porque está satisfaciendo todas sus necesidades con quien tiene intimidad física y emocional”.
Una madeja de asuntos pueden incidir en que un sujeto, hombre o mujer, halle en la Internet una comodidad que el intercambio físico no le proporciona. Para ejemplificar, en algunos, el que una computadora medie y esos amantes no tengan un encuentro corporal es un estímulo a su autoestima.
Así, el sexo en este contexto viabiliza que algunos “venzan bloqueos, experiencias sexuales que han hecho daño, complejos físicos y trabas en la seducción”,
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